Las semillas son la base de la agricultura y por lo tanto, de ellas depende el sustento humano. No importa de que especie o varidad se trate, en ellas se encuentra el potencial genético de todos nuestros alimentos, de ahí que se haya hecho una selección de las buenas semillas a través del tiempo.
La toma de decisiones de la que depende el éxito de la cosecha empieza con elegir la semilla que garantice satisfacer los retos a los que se enfrentará el agricultor. Para que éste se mantenga informado, desde 1961, en México se promulgó la Ley sobre Producción, Certificación y Comercio de Semillas y se creó el Sistema Nacional de Semillas como instancia para coordinar organismos encargados de registros, producción, investigación, inspección y certificación de semillas y variedades vegetales.
Entre ellas surgieron el Instituto Nacional de Investigaciones Agrícolas (actualmente INIFAP), la Productora Nacional de Semillas (PRONASE), el Registro Nacional de Variedades de Plantas (RNVP), el Comité Calificador de Variedades de Plantas (CCVP) y el Servicio Nacional de Inspección y Certificación de Semillas (SNICS). Esta última, es la encargada de:
Semillas certificadas.
Las semillas se obtienen del fruto y se utilizan para propagación de las especies vegetales. Pero, la ley reconoce a las semillas certificadas como aquellas que fueron calificadas por la SAGARPA o algún organismo acreditado y aprobado.
Este reconocimiento determina que las semillas certificadas deben conservar un grado adecuado y satisfactorio de identidad genética y pureza vegetal. Para eso deben provenir de una semilla que haya sido multiplicada de acuerdo con las reglas del SNICS.
Los análisis a los que son sometidos las semillas para determinar su calidad se basan en encontrar impurezas, daños físicos y defectos, pero, además de estos aspectos generales de cada especie tiene que analizarse de forma particular para que el agricultor se asegure de que su semilla ofrecerá la mejor cosecha.
Fuente: Dekalb México.